Las cicatrices forman parte natural del proceso de reparación de la piel. Sin embargo, a veces ese proceso se vuelve irregular y el tejido nuevo puede quedar más grueso, rojizo o elevado.
Ahí es donde la silicona médica cumple un papel clave: ayuda a que la piel cicatrice de manera más uniforme, flexible y discreta.
La silicona de grado médico es un polímero biocompatible, seguro y ampliamente usado en dermatología y cirugía estética.
Al aplicarse sobre la piel —ya sea en forma de gel o parche— forma una película invisible y oclusiva que protege la zona y regula el ambiente local de la cicatriz.
Su mecanismo es simple pero muy efectivo:
Retiene la humedad natural de la piel y reduce la pérdida de agua transepidérmica.
Normaliza la temperatura y el oxígeno en la zona.
Disminuye la sobreproducción de colágeno, responsable de las cicatrices gruesas o queloides.
Gracias a este equilibrio, la piel se reestructura de forma más controlada y el tejido cicatricial se vuelve más plano, suave y con un tono más parejo.
Podés comenzar a aplicar silicona una vez que la herida esté completamente cerrada, normalmente entre 7 y 21 días después de la cirugía o lesión.
El uso constante —idealmente durante varios meses— es la clave para lograr los mejores resultados.
Con el uso diario, la silicona médica puede:
Aplanar cicatrices hipertróficas y queloides.
Mejorar el color y la textura.
Disminuir el picor o la tirantez.
Prevenir que una nueva cicatriz se eleve.
La silicona no borra completamente una cicatriz, pero sí puede mejorar notablemente su apariencia y prevenir complicaciones estéticas.
Si estás en la etapa de recuperación postquirúrgica o querés tratar una cicatriz antigua, la constancia marca la diferencia.